Era Miércoles 6 de la mañana y aún no amanecía.
Afuera el silencio del invierno , adentro el fuego que la pava encendía,
con el mate listo abre los ojos.
Realiza Alba su rutina habitual,
se lava los dientes, se viste y se va.
Comienza el día, sale al mundo con los brazos abiertos,
sale a comerse el mundo y a rogar en el camino, que el mundo no se la devore al cruzar la calle.
Paso a paso, lento y despacio, va despertando.
Mira a la gente pasar, ve sus caras, sientes sus pesares. Ahí van todos a ganarse el pan.
Sus pensamientos oscilan entre que hacer con tal alumno, preocupada por su desempeño y por su comportamiento, quiere ayudarlo a hablar. Piensa en que tiene frío y que aun le falta mucho por hacer, pues el día recién empieza, vuelve a pensar en ese alumno.
Repite en su cabeza los pasos que dio antes de salir de su casa, corroborando que cerró bien la puerta.
Su cabeza empieza a girar a las 8 de la mañana y no para. Piensa en su trabajo, en llegar a su casa , en dormir, en comer, y en aquella persona que aun no logra olvidar.
Pero ahí va, a comerse el mundo.
Completa su doble jornada, llega a su casa sin saber como, mas no recuerda el camino de regreso. Tiene sueño, tiene sueños.
La reciben con lenguetazos y enfáticos movimientos de cola, un bicho peludo que no la ve, pero que la mira con el corazón y desde lejos una felina que la abraza con la mirada que le dice: llegaste! .
Respira, revive, descansa.
Alba esta en casa.
Piensa mientras se ducha, en los alumnos, en las tareas, en los proyectos, en poner el despertador
y ruega mientras se acuesta, en no soñar como ayer y antes de ayer, con esa persona que aun le cuesta olvidar.
Jueves 6 de la mañana...
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